Rapsodia Gourmet

Por Ana Acevedo
Rapsodia Gourmet, la primera entrega de Muriel Barbery, escritora marroquí mejor conocida por su obra La Elegancia del Erizo, es realmente una golosina. Leer a Barbery en su primera novela publicada en el 2000, es un deleite en tanto al desarrollo de la historia, como por la descripción de los platillos y paisajes.
En 177 páginas, se narran las últimas horas del afamado crítico culinario Pierre Arthens. Sabiendo lo mucho que Pierre disfruta de la comida, su mujer intenta averiguar qué platillo quisiera él que le prepara como última comida antes de partir de este mundo. Pierre tiene en la punta de la lengua aquel sabor que tanto anhela, sin embargo, en su mente se escapan los nombres y las palabras para describir aquel platillo. En su lecho de muerte, hace un recorrido en su vida como crítico, rememorando a los cocineros más célebres y a sus creaciones más elogiadas, en un intento de ponerle nombre a aquel sabor de nombre escurridizo que tanto desea.
Arthens representa al estereotipo del artista apasionado; narcisista, excéntrico y déspota. Su vida estuvo dedicada al arte del buen comer, a la búsqueda de las preparaciones más exclusivas; llenando de desazón a todos aquellos que le rodeaban, considerándolos meras guarniciones que lo distraían de la atracción principal. Aquí, Barbery, hace un trabajo excepcional con las descripciones; con una riqueza de vocabulario y una exactitud que deshace la boca en agua, recrea imágenes y sabores sobre aquellos platillos que daban sentido a la vida de Pierre. Por debajo del mantel, es una patada en la espinilla para todos aquellos que se hacen llamar “críticos gastronómicos” y no pasan de las descripciones superficiales “demasiado especiado”, “salado”, “delicioso”.
Al final, Pirre recuerda al fin cual es aquel sabor que tanto disfruta y que quiere llevarse como recuerdo de esta vida mundana: un producto soso y vulgar. Es esta declaración la aceptación de lo intrascendental de su vida. Una vida sin buena comida, no es una buena vida; pero una vida sin amigos ni familia, no es vida del todo. A fin de cuentas, como diría el célebre Brillat Savarin, si la comida no invita a la más deliciosa sobremesa, no podría considerarse realmente gourmet.
Vale la pena leer hasta el último capítulo de esta novela para descubrir qué es aquello que el más afamado crítico gastronómico desea en su lecho de muerte.

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