Slow Food: movimiento eco gastronómico para una revolución alimentaria ¿Puede la comida lenta cambiar a un mundo acelerado?

Por Sabina Sánchez León.
Gastrónoma.
En un mundo donde todo es prisa y el tiempo es más escaso, ¿dónde hemos dejado a la comida? ¿en una cajita feliz?
No es novedad saber que la denominada comida rápida ha engullido a una sociedad hambrienta dejando a su paso serias consecuencias a la salud, en el detrimento del medioambiente, en la pérdida de las tradiciones, productos y prácticas locales culinarias, así como en el empobrecimiento de la economía y de la cultura de comunidades y naciones enteras. Aún así, persisten argumentos como «No hay tiempo para cocinar» (a menos que te dediques a ello), «no hay tiempo para comer bien, menos aún para saber qué es lo que como y de dónde proviene», «¿a quién le interesa eso? siempre y cuando haya algo para matar el gusano del hambre, sepa rico y sea barato». Soluciones instantáneas para problemas cotidianos, pero ¿es en realidad la comida rápida la única respuesta a las necesidades actuales? Sin duda es la predominante en el mercado, lo que lleva a ¿cuál es el verdadero costo que pagamos por esos alimentos «accesibles y baratos»?, ¿de veras es más barato?
Cuando se habla de comida rápida se piensa instantánea y únicamente en marcas de hamburguesas, pizzas y demás comida chatarra, pero en realidad este tipo indiscriminado de consumo es mucho más amplio e involucra varios productos y factores. No sólo hay prisa para comer, también lo hay para producir y vender. Es cierto, la demanda de alimento es muy grande, pero más aún lo es la industria alimentaria ficticia: quesos que son más plástico que lácteo, chocolates puros en grasa y no en cacao, verduras y cárnicos alterados La lista es muy larga y la alimentación pobrísima. Casi todo lo que encontramos en los supermercados o tiendas de autoservicio ha sido alterado (no siempre para bien) y además de manera engañosa. Si esto sólo fuera mera cuestión de gusto personal, de preferencia por ciertos sabores o características sensoriales, quizá no habría problema, al fin y al cabo para eso existe el libre albedrío alimentario. Sin embargo, la oferta industrializada es tan dominante que se vuelve un problema mayor: en realidad no somos tan libres a la hora de comprar y comer, debido a que es ella (la industria) la que regula y determina qué y cómo lo comemos, dejándonos muy pocas opciones y muchos daños.
Basta con ver los índices alarmantes de obesidad y diabetes en los mexicanos emitidos por la Secretaría de Salud, o la dependencia alimentaria que vive nuestro país (el 80 por ciento de las semillas en el mundo son propiedad de cinco multinacionales); el abandono al campo y la creciente migración (caso Arturo Rivas, productor de manzana de Chihuahua que tuvo que malbaratar su fruto a causa de la competencia con la manzana americana que se prioriza en los supermercados); las miles de denuncias de crueldad animal en la producción actual de cárnicos y sus derivados. En fin, esta lista también es extensa y criminal, porque atenta directamente contra la calidad de vida de todos sin beneficiar, incluso, a nuestros bolsillos (si sumamos los efectos secundarios que conlleva el precio aparentemente más accesible de lo industrializado, resulta que el costo es bastante alto).
Pero no todo es responsabilidad de la industria, de hecho, buena parte es nuestra. En gran parte por contribuir con el consumo regular y continuo, en ocasiones desmedido, pero sobretodo por nuestra indiferencia. Si te gusta comer, entérate; si te gusta cocinar, piensa: ¿qué pasará el día que el campo se rinda y pierda toda su riqueza y variedad? La solución a este panorama no es fácil ni inmediata, pero tampoco imposible. La apuesta es recuperar nuestra comida lenta, tradicional, y volverla factible a nuestro actual ritmo de vida.
Cada vez somos menos los conformes y más los que deseamos encontrar y crear resultados positivos para nuestra cultura culinaria. Una prueba de ello es Slow Food. Fundada en Italia en 1989 por un grupo de gastrónomos encabezados por Carlo Petrini, esta asociación ecogastronómica sin ánimo de lucro cuenta hoy en día con más de 100.000 miembros en todo el mundo.
Slow Food es un movimiento internacional, con voz y acción también en México, que busca contrarrestar la fast food y la fast life, impedir la desaparición de las tradiciones gastronómicas locales, combatir la falta de interés general por la nutrición, por sus orígenes y sabores; generar consciencia de las consecuencias de nuestras opciones alimentarias. Todo ello a través de una filosofía y línea de acción clara y directa: queremos alimentos buenos, limpios y justos.
Slow Food no es, como algunos piensan, una asociación elitista que únicamente reúne a los amantes de la buena comida (chefs, restauranteros y gourmands). Representa una concepción mucho más amplia: es un frente social que gestiona propuestas/?proyectos reales a través de un enfoque de trabajo dividido en tres grandes rubros: a) la defensa de la biodiversidad (salvaguarda y procura la variedad de productos nativos, la defensa del campo y de una agricultura que no destruya el medio ambiente. Cuenta con una Fundación especial); b) la educación alimentaria en todos los sectores y niveles (en lo profesional cuenta con la Universidad de Ciencias Gastronómicas) y c) la construcción de redes que relacionen a productores con co-productores locales.
Hoy Slow Food te invita a incorporarte a esta misión que nos compromete a todos. Si quieres conocer más de Slow Food ingresa a: http://www.slowfood.com o puedes seguirlos en su perfil de Facebook.

CÍTANOS.
Sánchez León, Sabina, «SLOW FOOD: Movimiento eco gastronómico para una revolución alimentaria
¿Puede la comida lenta cambiar a un mundo acelerado?», Claustronomía. Revista gastronómica digital, Universidad del Claustro de Sor Juana, México, D.F., 2014, <www.claustronomia.mx>.

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